El trabajo de Fernando Botero
Desde finales de la década
de 1950, Botero fue "engordando" sus volúmenes y desalojando fondos y
perspectivas ante el arrollador e incontenible ímpetu de aquéllos. Se vale de
una pincelada cada vez más refinada y de un dibujo "pictórico" en
cuanto moldea la forma en lugar de delimitarla, estableciéndose al mismo tiempo
como un sensible y rico colorista. "Posteriormente, su pincelada -en un
principio enfatizada y concreta, permitiendo entrever la estructura del cuadro-
va haciéndose menos notoria, al tiempo que sus figuras, objetos y frutas van
adquiriendo una opulenta sensualidad, no sólo con la amplificación sino con la
aplicación cuidadosa y delicada del pigmento. Sus perspectivas son a veces
arbitrarias, como lo es la escala de las figuras, que varía de acuerdo a su
importancia temática y compositiva", escribió Eduardo Serrano.
La polémica sobre lo feas
y grotescas que pudieran parecer las figuras de Botero se ha ido disipando con
los años. En cuanto a la cuestión caricaturesca, el pintor dijo:
"Deformación sería la palabra exacta. En arte, si alguien tiene ideas y
piensa, no tiene otra salida que deformar la naturaleza. Arte es deformación;
mis temas son satíricos a veces, pero la deformación no lo es, pues yo hago lo
mismo con las naranjas y los plátanos y no tengo nada contra esas frutas".
Botero es un artista
plenamente latinoamericano. "Soy el más colombiano de los artistas
colombianos, aun cuando he vivido fuera de Colombia por tanto tiempo". Sus
grandes temas siempre han tenido la presencia del país. Cuando no pinta a
Colombia de manera física (pueblos, montañas, banderas y bares) o cultural
(vírgenes, santos, presidentes, prostitutas, monjas o militares), se la puede
intuir incluso dentro de sus versiones de las grandes obras de la pintura
universal.
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